Sergio Sandoval Vizcaíno, buzo en ascenso

octubre 14, 2018
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Arturo Mendoza Mociño

En la larga vida de 75 años que tuvo Sergio Sandoval Vizcaíno medio siglo se la pasó buceando. Con más de cinco mil inmersiones, centenares de buzos certificados en su negocio en Cozumel bajo la bandera Aquatic Sports, Don Sergio era respetado, conocido y venerado por los buzos más emblemáticos de la región.

Desde Mahahual, con el arquitecto Fernando Lozano, en los cenotes de Tulum donde exploran Jerónimo Avilés y Eugenio Aceves, entre tiburones toro como se ha especializado Jorge “Chino” Loria, o siendo el guía de lujo de presidentes y grandes personalidades como vive Alberto Friscione día tras día en Cancún, los hombres y las mujeres que se adentran en la piel acuática de la Tierra para cartografiar más el mundo marino le desean a su veterano colega un buen ascenso hacia la mayor de las luces porque Sandoval Vizcaíno falleció en Mérida el pasado miércoles 10 de octubre.

Pero para que se ganara la vida y la de los suyos “haciendo burbujas”, como él llamaba jocosamente a su faceta de buzo, habría que remontarse el 24 de enero de 1943 cuando nació en la misma casa donde lanzó su primer berrido el novelista Juan Rulfo, en Sayula, Jalisco.

El temperamento jalisciense que había aquel, sintetizado en aquel refrán que sostiene que “Jalisco nunca pierde y, cuando pierde, ¡arrebata!”, lo llevó a ser parte del Seminario de San Luis Potosí, a media cuadra del Cine Avenida, y donde escuchó, para alivio de su familia, de los padres españoles que dirigían ese centro la siguiente frase: “Aquí con nosotros no vas a tener problemas económicos. Tu vida va a quedar resuelta de por vida”.

Allí tuvo clases de lenguas muertas como el griego antiguo y el latín, francés y de esa materia que sería clave en su vida: álgebra. Porque su estancia entre sotanas duraría poco y pronto la Iglesia perdería un sacerdote, pero el Instituto Politécnico Nacional ganó un ingeniero automotriz cuando Sandoval Vizcaíno aprendió cómo encontrar la amortiguación de un motor en un chasis o cómo aplicar las ecuaciones diferenciales en el rediseño de cualquier aparato.

Trabajó en las pescaderías del Mercado de San Juan en el corazón de la Ciudad de México cuando estudiaba en la Escuela Superior de Ingeniería Mecánica y Electricista. Ahí entre paladas de hielo descubrió uno de los secretos para tener una larga vida: “Comer pescado todos los días porque”, contaba a quien lo escuchara, “los nutrimentos de los frutos del mar alimentan como nada el cerebro y el cuerpo”.

La masacre estudiantil de Tlatelolco lo llevó a exiliarse en París, Francia, donde aprendió nuevas habilidades en armadoras francesas que le ayudaron para que, en su retorno a Ciudad de México, entrara a trabajar en la paraestatal Dina, una armadora de camiones nacional,  donde fue admitido con la siguiente amenaza: “Se le pagará $100 pesos mensuales, ingeniero, pero si no rinde (o ayuda a generar) $1,000, lo corremos”.

Por aquel entonces ya había atemperado su odio hacia los distintos gobiernos priístas, esos que lo habían llevado a exiliarse, sino que también se casó con Dolores Suárez, con quien tuvo cinco hijos. Eran los años 70 y la corrupción lopezportillista salpicaba a todos con la bonanza petrolera. El ingeniero Sandoval Vizcaíno tuvo que lidiar más de una vez con Ángel Oliva Solís, el líder sindical que, si quería, paraba Dina en un tris. Aquel hombre, según palabras del sayulense, era “una chulada de rata el cabrón”: Senador por el PRI, cada mes recibía de la directiva de Dina varios sobres con billetes, dos coches nuevos cada año, y también condicionaba el trabajo a las madres solteras si no se acostaban con él.

Desde entonces pensaba que el mayor de los males que tenía el país era el PRI. Así, para olvidarse de todo lo que ocurría en Dina, donde políticos caídos en desgracia, como Víctor Manuel Villaseñor y Martínez Corbalá, esperaban tiempos mejores u otro “huesito”. Por eso se iba de viaje en caravanas familiares con los ingenieros Javier González de los Santos, Carlos Zamora y Manuel Muñoz, y empezaron compartir la pasión del buceo, pero él, en viaje, decidió quemar todas sus naves e irse a vivir a Cozumel.

Dejó la vida citadina en 1979, se hizo de su barco Aguarama y se ganó la vida llevando a otros hasta los arrecifes y cantiles de la Isla de las golondrinas.

Ahora un buzo llamado Sergio Sandoval Vizcaíno está en ascenso hacia la LUZ. Unas palabras de San Juan de la Cruz —“Cuando más alto se sube,/ tanto menos entendía/que es la tenebrosa nube/que a la noche esclarecía; por eso quien la sabía/queda no sabiendo, ‘toda sciencia trascendiendo’… Y si lo queréis oír,/ consiste esta suma sciencia/ en subido sentir/ de la divinal Esencia: es obra de su clemencia/ hacer quedar no entendiendo,/ ‘toda sciencia trascendiendo’”—, lo acompañan junto con la alegría y las enseñanzas que dejó en tantos corazones.

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