Ella, Ana Paula 

abril 9, 2019
por

Marcela Turati

Cuando nadie veía la fragilidad de los periodistas en México Ana Paula la vio. Ella convenció a una fundación (Angélica) para que diera a Periodistas de a Pie nuestro primer financiamiento, cuando la red era un embrioncito muy activo y rumbo indefinido. Cada año nos ayudaba a renovarlo porque no sabíamos ni cómo se presentaban propuestas. Lo hizo después con otras colectivas que le presentábamos que iban surgiendo ante la violencia, como la Red de Periodistas de Juárez. Antes, también, ayudó a que periodistas de todo el país disfrutaran de una pausa en la ciudad de México y aprendieran cosas nuevas en la Beca Prende, de la Ibero.

Ana fue quien llevó de la mano a fundaciones para que apoyaran los primeros grupos de familiares que buscaban a sus amados parientes desaparecidos, cuando aún nadie entendía qué estaba pasando en el país. E hizo lo mismo cuando la tragedia de Ayotzinapa. Todo trámite burocrático ella lo facilitaba.

Los encuentro que teníamos para saber cómo había sido usado el dinero o el contacto que conseguía se convertían en charlas sobre la vida, siempre dando consejos, terapias o cariñosos jalones de oreja para que aprendiéramos a cuidarnos, a no ponernos en riesgo, a trabajar menos y disfrutar más. Se preocupaba siempre por cómo estaba tu corazón, porque estuviéramos bien en la vida y porque nuestro trabajo no nos robara el goce y el disfrute de la vida. Aunque la conocí años antes, en Guerrero, fue en esos encuentros que nos adoptamos como amigas.

En febrero, preocupada después de que escuchó lo que un colega y yo contábamos en un encuentro en Oaxaca, me dijo: «Mar, creo que este año podré conseguir dinero para periodistas, dime qué se necesita, tengo unas ideas».

Así era ella. Nuestra cuidadora. Nuestra traductora. Nuestra hada madrina. Nuestra querida amiga de alma grande y bella sonrisa. La mujer maravilla que un día daba una conferencia en la Universidad de Yale o estaba hablando en internacionales de expertos en derechos humanos y al otro estaba en un peligroso pueblo hondureño sin luz consolando a familiares de una defensora asesinada o en la Montaña de Guerrero platicando con campesinos amapoleros o en un pueblo de Guate con indígenas siempre pensando cómo apoyarlos.

Así era nuestra Ana Paula. Llevaba el amor a la justicia y a las personas en las venas. La presento a quienes no tuvieron la suerte de conocerla.

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